¿Un elefante puede ser transparente?

Por Manuel Ludueña, arquitecto, planificador urbano y regional , especializado en Administracion de Áreas Metropolitanas, con orientacion en ecologia, transporte no motorizado y espacios publicos, integrante de Buenos Aires Sostenible.

Política 27 de marzo de 2021 Agencia Télam
Por Manuel Ludueña, arquitecto, planificador urbano y regional (UBA), especializado en Administración de Áreas Metropolitanas, con orientación en ecología, transporte no motorizado y espacios públicos, integrante de Buenos Aires Sostenible.

En miles de ciudades del mundo existe una gran preocupación por el Cambio Climático, causado por los gases de efecto invernadero (GEI) -la mayor parte de ellos emitidos por los edificios-. Tal preocupación se relaciona con diversos intereses, tales como: los negacionistas para seguir produciendo petróleo y carbón, los comercializadores de nuevas tecnologías y endeudamiento, los que alimentan el crecimiento suicida, quienes procuran alzar sus voces para preservar la vida de las futuras generaciones. Es una tensión creciente.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) la gestión gubernamental tiene un tratamiento diferente. La ausencia de un Código Ambiental, no obstante, la obligación establecida desde el año 2008 en la Ley Marco Plan Urbano Ambiental (2930), deslegitima la política Ambiental garantizada por la Constitución de CABA.
Ello implica no atender las estrategias, criterios y estándares dinámicos ante el aumento de los efectos de los GEI -temperatura, humedad, lluvias, sudestadas, nivel del estuario, tornados y aspectos concurrentes-. Cuestión que transforma en escenográficas las Evaluaciones de Impacto Ambiental (Ley 123), tal el caso de las nuevas construcciones en el ex predio de “Tiro Federal”.
Solo en el Código Urbanístico aparecen “títulos” o “nombres” de interés ambiental a tratar voluntariamente al solo efecto de auspiciar el marketing inmobiliario. Ningunear el Código Ambiental tiene la misma raíz política que las plantas y el césped sintéticos, las playas sin playas en el Cildáñez o el cómputo de las macetas como espacios verdes públicos. El combo de la falta de normativas necesarias se acentúa con el incumplimiento y la falta de controles de las existentes: nivel de ruidos, tala de árboles, contaminación atmosférica, basura cero, entre otros.
Hay un manifiesto desinterés por la comunidad, por el cuidado de los bienes comunes. Es el incumplimiento del principio categórico de responsabilidad.
¿Con qué materiales sostenibles se construye? ¿Cuál es el ciclo de vida? ¿Cuál es la orientación, el asoleamiento, color y ventilaciones para evitar el uso de aire acondicionado y calefacción? ¿Diseño bioclimático? ¿El número de usuarios, actividades, desplazamientos, equipamiento en clave de emisiones?
Entonces, de qué trata la evaluación ambiental si no atiende las problemáticas contemporáneas, ¿no se siente como si sacaran a pasear un elefante como si fuera transparente?
(Télam)
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