Mientras Donald Trump expulsa con insultos y amenazas de deportaciones masivas a los migrantes que huyen de la crisis humanitaria en Honduras, Guatemala y El Salvador, el gobierno de México sorprendió esta semana a los caminantes al recibirlos con botellas de agua, mantas y permisos de trabajo, actitudes que contraponen conductas frente a una de las más severas problemáticas de la región.

Miles de personas abandonan cada año sus hogares en los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, acorralados por una profunda desigualdad social y una inestabilidad política que ya es crónica.

Además de la pobreza, también están sometidos a la violencia de pandillas que se dedican al tráfico de drogas y de humanos, en medio de un panorama de corrupción generalizada y una débil aplicación de la ley.

La primera caravana migrante de 2019, convocada por Facebook, partió el lunes pasado de la hondureña San Pedro Sula, una de las ciudades más violentas del continente.

Al día siguiente, un grupo de salvadoreños partió con el mismo rumbo, seguido de una segunda caravana de hondureños dispuestos a transitar a pie o "a dedo" los 4.500 kilómetros que los separan de la frontera estadounidense.

La Agencia de la U para los Refugiados (Acnur) estima que, en total, unas 2.000 personas salieron esta semana de Honduras y El Salvador.

En diálogo con Télam, el representante regional de Acnur en Panamá, Giovanni Bassú, explicó que es imposible manejar una cifra exacta en estas situaciones porque muchos de los que viajan "no quieren ser vistos".

Con los pies destrozados y el cansancio a cuestas, pero en alerta ante la posibilidad de ser reprimidos en la frontera mexicana, el primer grupo en llegar al Puente Internacional Rodolfo Robles Valverde (que vincula Guatemala y México) pudo al fin tomar un descanso.

En lugar de represión policial -como la que sufrieron los migrantes que salieron en la caravana de octubre pasado- se encontraron con funcionarios que los recibieron con botellas de agua y les facilitaron rápidamente los papeles para que puedan quedarse en el país por un año, trabajar y acceder a los servicios de salud y educación.

Sin embargo, sólo una parte de la caravana aceptó la propuesta del gobierno mexicano; otros atravesaron la frontera salteándose el trámite de ingreso, según reportaron medios internacionales.

No todos los migrantes tienen sus papeles en regla. Muchos han escapado de sus casas, en algunos casos con hijos menores y sin los permisos necesarios.

Y otros desconfían del gobierno mexicano, y creen que la espera de cinco días para obtener la tarjeta humanitaria que les prometieron es sólo para hacer tiempo.

"Yo creo que nos quieren engañar en México; muchos no estamos dispuestos a esperar cinco días porque nuestro objetivo es llegar a Estados Unidos", dijo Alma Mendoza, una enfermera que viaja sola con sus tres hijos de entre 6 y 16 años.

"No tenemos dinero y mucho menos comida; lo que queremos es seguir en la caravana para llegar a nuestro destino", agregó la mujer, de 35 años, proveniente de Tegucigalpa, capital hondureña.

Mendoza confía en que el presidente de Estados Unidos no sea tan duro con las leyes migratorias y la deje pasar junto a sus hijos.

Mientras tanto, Trump se está jugando en Washington su reelección en una batalla contra los demócratas del Congreso que rechazan aprobarle un presupuesto que incluye una partida millonaria para terminar de construir el muro en la frontera con México.

Pero a los migrantes, ajenos a los problemas que pueda tener el gobierno estadounidense, no hay muro que los pueda detener.

"En mi país nos estamos muriendo de hambre: no tenemos nada que perder", sentenció Breidy, una mujer que viaja con su pequeño hijo. Una definición que resume las razones de casi todos.

(Télam)