El artista uruguayo Fernando Cabrera desplegó anoche su bagaje de sonidos y palabras con el que dejó en estado de gracia a la audiencia que atestó el Café Vinilo en la primera de cinco funciones que ofrecerá en esa sala porteña y donde regaló las señas que rigen su inmensa obra.
Abrazado a su guitarra eléctrica blanquinegra y apenas iluminado en un escenario despojado y con un sonido impecable a favor, a Cabrera le sobró para ser un guía capaz de llevar a un público atento y predispuesto por los muchos rincones musicales que lo habitan.
Es que aunque el montevideano de 62 años y más de cuatro décadas de camino prefiera distanciarse de cualquier etiqueta que marque su apego por construir canciones que se alejan del canon, también en el inicio de esta serie de presentaciones se ratificó un rumbo estético que lo hace, a la vez, único y cada vez más aceptado.
El músico explora cada milímetro de su guitarra, juega con los volúmenes y la textura de la voz, hace guiños a la milonga, el candombe, la zamba o la canción sin privarse de disonancias y silencios y, sobre ese bagaje sonoro, arroja las imágenes sobrecogedoras de su poesía donde costumbrismo, melancolía y agudeza conviven en una tensión edificante.
Desde las 21.35 y por más de 90 minutos, el creador entregó 22 piezas donde media docena correspondieron a su último trabao “432” (2017) y al resto las definió casi siempre y no sin ironía como “muy significativas para mí”.
Y más allá de la reiteración del carácter que le asignó a canciones como las que poblaron el repertorio en vivo, lo cierto es que cada una de ellas configuraron los contornos de esa geografía sensible y desgarradora que es capaz de trazar.
Y en esa excursión armada con un sentido climático y espiritual, abundaron pasajes descollantes como el del inicio con “Al mismo tiempo”, “La casa de al lado” y “Copando el corazón” u otra trilogía referida a “432” e integrada por “El trío Martín”, “Medianoche” y “Alarma”.
La brumosa y doliente “Viveza” para la que abandonó la viola y se acompañó únicamente por el ronroneo de una maraca huevito, las preguntas íntimas que brotan sin cesar en “La garra del corazón”, “Imposible” y “Diseño de interiores” o el segmento amoroso con “Punto muerto”, “Te abracé en la noche” y “Dulzura distante”, también resultaron excepcionales.
La abundancia de truncas tramas románticas que atraviesan su propuesta lo llevó a comentar con picardía que “me han acusado de hacer canciones sobre el dolor, pero quizás la gente prefiere las de amores rotos. Culpa de ustedes” y se desmintió con la descomunal “Oración” (“Si tanto te asombra que te quiera así/Preparate porque en el asombro vas a tener que vivir”).
Hacia el final del concierto empezó a juguetear con el fraseo de “El tiempo está después”, quizás su tema más rotundo y popular, y advirtió: “He visto colegas que invitan al público a cantar. Yo no lo pido, pero si quieren susurrar, pueden hacerlo”, aunque la platea eligió escucharlo a él -que de eso se trataba- con el mismo recogimiento que en toda la velada.
Los aplausos y la ovación obligaron a extender el concierto. “Muy amables, pero a mí ya se me acabó la nafta”, confesó el anfitrión e igual regaló la implacable “Por ejemplo”.
Cabrera seguirá en la sala sita en Gorriti 3780 ininterrumpidamente hasta el domingo, siempre a las 21, para después actuar en las localidades cordobesas de Agua de Oro (el 17) y Alta Gracia (el 18, como parte del 13er. Encuentro de Cantautores). (Télam)