A diez años del adios de Osvaldo Miranda, gran comediante y porteño de ley

Osvaldo Isaias Mathon Miranda, cuyo nombre artistico era Osvaldo Miranda, partio de este mundo hace una decada, el 20 de abril de 2011, y era un monstruo sagrado del espectaculo argentino, un comediante inefable y uno de los ultimos porteños en

D-Interés 19 de abril de 2021 Agencia Télam
Osvaldo Isaías Mathon Miranda, cuyo nombre artístico era Osvaldo Miranda, partió de este mundo hace una década, el 20 de abril de 2011, y era un monstruo sagrado del espectáculo argentino, un comediante inefable y uno de los últimos porteños en circular perfectamente trajeado y con sombrero. El otro era Enrique Cadícamo.
El teatro, el cine, la radio y la televisión argentina desde sus comienzos a principios de la década de 1950, cuando se emitía en vivo, gozaron de la presencia de Miranda como actor, galán, bailarín y cantante, aun superando las peripecias políticas del país.
En la década de 1920, todavía adolescente, cantó tangos y temas criollos junto a Ángel Vargas en varios cafés porteños y la vida nocturna lo hizo compartir veladas con Homero Manzi, Aníbal Troilo, Ángel Magaña, Elías Alippi y Enrique Discépolo, que fue su hermano del alma y murió en sus brazos el día fatídico que antecedió la Navidad de 1951.
Miranda era un personaje muy disfrutable en las entrevistas periodísticas, un hombre lleno de anécdotas que sabía relatar con una gracia única, convincente aun en sus exageraciones –él conocía su poder de seducción- y aun pasados los 90 años –murió a los 96- su ánimo juvenil no había desaparecido.
Quien esto firma lo entrevistó un par de veces en su departamento céntrico, siempre bajo la atenta oreja de Amelia, su esposa por más de cinco décadas, y frente a un espléndido reloj de péndulo, que a cierta altura de una de las entrevistas se detuvo a las 16.40.
“¡Hora fatídica: 16.40! –dijo Miranda, apesadumbrado-. Esa es la hora en que murió mi padre y cada tanto me envía su mensaje para que no me olvide de él.”
El cronista, aunque incrédulo, relató el extraño momento en numerosas ocasiones cuando se hablaba del gran artista. Hasta que un colega mayor, conocedor del personaje por décadas, estalló en carcajadas y señaló: “¡Te mandó una mula! Osvaldo se divertía mucho inventando disparates…”
Miranda poseía una elegancia natural, no impostada: el director teatral Agustín Alezzo, recientemente fallecido, solía decir: “Muertos Lautaro Murúa, Eduardo ‘TatoÂ’ Pavlovsky y Osvaldo Miranda, ya no hay actores que puedan representar personajes de la clase alta como ellos”.
El paro cardiorrespiratorio que le quitó la vida en la mañana de aquel 20 de abril en su hogar porteño se llevó a un comediante seductor y siempre disfrutable que se había iniciado en 1935 con la comedia musical “Rascacielos”, de Francisco Canaro e Ivo Pelay, en el teatro Sarmiento, en la entonces Cangallo 1040.
Durante un lustro integró los elencos de revistas del Maipo, muchas veces en compañía del dúo Dringue Farías y Carlos Castro “Castrito”, además de Mario Fortuna y otras figuras que solían encabezar los elencos de la casa y cuyo público estaba formado mayoritariamente por hombres.
El minoritario auditorio femenino se integraba con mujeres que acompañaban a sus maridos y que, sin embargo, no dejaban de apreciar la prestancia de Osvaldo sobre el escenario.
Esa prestancia le permitió debutar en el cine dentro del elenco de “Los muchachos de antes no usaban gomina” (1936), de Manuel Romero, sin que su nombre estuviera acreditado, cosa que sí sucedió a partir de “Un señor mucamo” (1940), de su amigo Discepolín.
A partir de allí su nombre fue creciendo en títulos como “El más infeliz del pueblo”, con Luis Sandrini, y “Cándida millonaria”, con Niní Marshall, ambas de 1941, “El viejo Hucha”, de Lucas Demare, “Yo conocí a esa mujer”, de Carlos Borcosque, “Secuestro sensacional!!!”, de Luis Bayón Herrera, “Mañana me suicido”, de Carlos Schlieper, e “Historia de crímenes”, de Manuel Romero, todas rodadas durante 1942.
En un sucinto listado de obras teatrales en las que descolló se puede citar “Blum”, por la Compañía Enrique Santos Discépolo (1951, Politeama), “Boeing-Boeing”, dirigida por Eduardo Vega (1963), “La mala reputación”, “Misia Pancha, la brava” y “En familia”, de Florencio Sánchez, dirigidas por Antonio Cunill Cabanellas (1954, teatro Boedo), “Simple y maravilloso”, dirigida por Marcelo Lavalle (1956, Astral).
Ya veterano actuó en “La dama del MaximÂ’s”, bajo la batuta de Elise Richard (1967, Astral), “Plaza suite”, de Neil Simon, por la compañía Antier- Marzio- Miranda (1969, Ateneo), “40 kilates”, dirigida por Daniel Tinayre, con Mirtha Legrand y el debut de Arnaldo André (Grand Splendid, 1970), “No me toquesÂ… el amor propio”, de Marc Camoletti (1971, Radio City de Mar del Plata), “La manzana feliz”, dirigida por China Zorrilla (1972, Lido de Mar del Plata, “Frutilla”, con dirección de Enrique Carreras (1979, Empire), “Hoy ensayo hoy”, dirigido por Rodolfo Graziano (1983, Teatro Nacional Cervantes).
En 1956 formó rubro con Irma Córdoba y Enrique Serrano en “Esta noche mato a mi mujer” y en obras como “La pequeña choza”, “Puedes llamarme papá”, a la que se sumó Gloria Guzmán, y armó un elenco de radioteatro itinerante en el que la pareja joven estaba formada por él y Córdoba, y la mayor por Serrano y Olinda Bozán.
Miranda participó en los albores de la televisión argentina y fue el primer conductor de “Tropicana Club”, un programa musical que se transmitía en vivo por el original Canal 7, para luego intervenir, ya como actor, en “Mi marido y mi padrino” y romper el rating con “La nena” (1965), que impuso a la muy joven Marilina Ross.
También protagonizó “Qué vida de locos!” (1973), junto a Maurice Jouvet y Mariana Karr, "Mi cuñado" (1976), con Ernesto Bianco, e hizo su última aparición en “Dale, Loly!” (1993), con Santiago Bal y Juan Carlos Calabró.
Además de presidente de la Asociación Argentina de Actores durante cuatro años, Miranda fue el impulsor de la comisión de jubilados de la entidad, que en la actualidad lleva su nombre.
Casado durante 57 años con Amelia Sáez –a la que llamaba entre sus íntimos “Santa Amelia”-, Miranda fue un coleccionista de premios y reconocimientos: ganó cinco Martín Fierro –uno por su trayectoria-, el Homero Manzi, el Cóndor de Plata a la trayectoria y el Konex de Platino, entre otros, y además fue declarado Ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 1986. (Télam)
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