Jose Salem: Los colores iluminan la escritura, son un complemento del sentido y de la musicalidad

El libro "Donde la vida nos lleve", del escritor y abogado argentino Jose Salem, no solo se inscribe con cierta comodidad dentro de la larga tradicion del cuento rioplatense sino que agrega colores a la literatura local dividiendo los relatos en

D-Interés 16 de abril de 2021 Agencia Télam
El libro "Donde la vida nos lleve", del escritor y abogado argentino José Salem, no solo se inscribe con cierta comodidad dentro de la larga tradición del cuento rioplatense sino que agrega colores a la literatura local dividiendo los relatos en "Azul", "Rojo" y "Ocre" según la tonalidad dominante de cada una de las historias que conforman un complejo juego de espejos, dobles y simetrías que se reflejan en la trama de cada pieza.
Los cuentos de Salem se abren con una historia de mellizos ("Un nudo en la garganta") donde Juan y Ángel tienen conductas diferentes frente al mundo, discrepancias que se acentúan frente al accidente en el que mueren sus padres y que terminarán siendo extremadas (e irreconciliables) en la crisis argentina del 2001. Este cuento pertenece al grupo "Azul", el cual terminará con la écfrasis de un sueño surrealista que tiñe de este color toda la primera parte del libro, como si fuese un homenaje a Pablo Picasso.
En el color "Rojo" los cuentos son dominados por la violencia. En "Filomena VargasÂ…", la sororidad con otra mujer de distinta clase social construye su doppelgänger con un final sangriento. En "Feliz cumpleaños", la dictadura argentina tiene un peso central en la historia y en "El alma de las cosas" una particular reconstrucción de un crimen no resuelto termina asombrando al hijo/detective protagonista.
La sección "Ocre" tiene entre sus cuatro cuentos uno central: "Una sensación de fuego inminente". En un momento el protagonista de este relato, quien ha viajado al sur y siente placer al descubrir la soledad deseada, se ve en la obligación de opinar sobre una pintura donde el rojo de las butacas de un teatro vacío marca el contraste de los ocres del escenario.
Una clave de lectura: el protagonista nunca había pintado nada pero a partir de ese momento se convierte en un pintor. Salem con su escritura hace lo mismo: al miedo de la hoja blanca la colma de colores y formas. Como resultado de esa experiencia aparece esta muestra de arte, este libro de cuentos.
Salem alterna su residencia entre Buenos Aires y París, nació en la capital argentina en 1959. Escribió tres novelas que permanecen inéditas: dos en español "Cuarenta y nueve días bajo la niebla" y "Cristales en los ojos" y una en francés: "La imprudencia del inconsciente". Estudió "Lengua y civilización francesa" en la Sorbona, Historia del arte en la Fundación del Museo Nacional de Bellas Artes y también hizo talleres literarios con el escritor Juan Martini.

-Télam: ¿Hay en tus cuentos una marca deliberada en la reconstrucción del pasado familiar?
-José Salem: No, no hay nada deliberado. Es cierto que, ya como lector de mi propio libro, noto eso que decís: un ir constante de los personajes hacia el pasado, la vuelta a hechos que los han marcado. Ese viaje, en el proceso de escritura, ha sido totalmente inconsciente.
La memoria de la infancia es bastante difusa y, como toda memoria, selectiva. En los cuentos, son esas circunstancias que, como faros desde la distancia temporal, siguen iluminando a cada personaje, no sé si lo determinan pero sí lo condicionan. Son como mojones que todos tenemos en nuestras vidas; los hay buenos y otros que no lo son. Volver a la infancia, a la familia, les da la posibilidad de comprenderse, de construirse y reconstruirse. Ese ir hacia atrás implica para los personajes abrevar en sus raíces, sus fuentes. En esa mirada no hay nada de autobiográfico salvo las sensaciones: no cuento experiencias personales pero la intensidad de los sentimientos la tuve que haber tenido.
-T.: ¿Cómo aparecen los colores de tus cuentos en relación con la escritura?
-J. S.: Los colores son importantes y mucho. Traducimos el color del cielo cuando nos despertamos cada mañana -y eso hasta puede influir en nuestro ánimo-, elegimos con qué colores vestirnos, solemos describir situaciones valiéndonos de ellos -"se puso colorado", "la cosa está verde"-, admiramos los colores de la naturaleza.
En relación con la escritura, los colores la iluminan, son un complemento del sentido y de la musicalidad que debe tener cada frase. Me parece que cada uno de los cuentos también tiene una tonalidad predominante; en el caso, roja, azul u ocre. Más allá de ser cuentos muy diferentes entre sí por las temáticas, al terminar de escribirlos percibí una tonalidad subyacente que me sugirió agruparlos por compatibilidad cromática, y así lo hice.
-T.: ¿Hay un juego de historias simétricas en las que se reflejan los personajes?
-J. S.: Es muy probable. Yo mismo no me pongo de acuerdo: por momentos veo esa simetría de la que hablan, por momentos no tanto. Edgardo Scott, al comentar el libro, lo describió como "una oscura galería de espejos".
En síntesis, se podría decir que los personajes están entre la simetría y el reflejo. Los veo como esos espejos de los parques de diversiones que deforman un poco la imagen: te engordan, adelgazan, estilizan... Sí, creo que entre ellos hay algo de eso, una especie de simetría distorsionada.
-T.: ¿Cómo ves la historia argentina inserta en la literatura, en general, y en tu escritura, en particular?
-J. S.: Es imposible abstraerse de la historia del país. Es parte de nuestra cultura, moldea constantemente nuestra idiosincrasia. Es común decir que, como la historia es el pasado, está detrás. No estoy de acuerdo. Creo que la historia no está detrás sino debajo nuestro; que estamos parados sobre nuestra historia, es nuestra base, sobre la que nos apoyamos y podemos proyectarnos.
Yo no escribo historia ni autobiografía, que sería una suerte de historia personal; al menos, "Donde la vida nos lleva" no lo es. Pero eso no quita que cuando lo escribí -y cuando escribo en general-, algunas vivencias personales y la historia de mi país broten, se cuelen por los intersticios de las frases; así, hay una referencia a la funesta década del setenta y a los desgraciados hechos de diciembre de 2001.
Creo que en la literatura, en general, aún en la ficción, aparecen guiños constantes a la historia, a veces explícitos, otras solapados.
Ligado a eso, pero desde otra perspectiva, escribí una novela, no publicada aún, que narra los cuarenta y nueve días que duró la primera invasión inglesa en Buenos Aires. Si bien tuve que hacer una larga investigación para situarme en la época (qué se comía, cómo se vestía, cómo era la arquitectura de la ciudad, cuáles eran las costumbres en general) y hay referencias a hechos históricos concretos, la historia me ha servido de medio para pintar algunas características que hoy tenemos los argentinos -especialmente los porteños-, que tal vez nos definan, y que ya existían en 1806. Es una trama ficcional, por supuesto, pero con un trasfondo histórico. Cuenta cómo era la vida de una familia de origen español afincada en Buenos Aires, cómo en la misma había diferentes posturas frente a lo que estaba sucediendo. Lo que pasa en esa familia, todas sus alegrías y tristezas, bien podría pasar en cualquier familia de nuestros días. Evidentemente, lo que hoy somos como país encuentra sus raíces, o alguna explicación, en lo que fuimos entonces.
-T.: ¿La violencia social y la familiar, la de géneros también son otra marca, sobre todo en la sección "Rojo"?
-J. S.: Sí, así como la historia se coló en algunos relatos, con mucha más intensidad aparece la violencia que nos inunda. La violencia social aparece en "El protector" y la familiar en "El alma de las cosas". Lamentablemente, en el mundo en general -y en el país, en particular- la violencia no cesa de aumentar. La derivada de los delitos, de las injusticias sociales y la de género que siempre existió pero que hoy, como sociedad, nos permitimos mirar más de frente. Ligado a la violencia de género, uno de los relatos del libro, "Filomena Vargas o Llueve en todas partes", lo escribí hace más de diez años cuando apenas se hablaba del movimiento MeToo; más allá del flagelo de la violencia, el cuento exhibe -o pretender hacerlo- lo que se sabe pero que algunos tratan de esconder: la violencia no es patrimonio de una clase social determinada, está dispersa por toda la sociedad. Además, no debemos olvidar que la violencia no es solo física: la violencia moral hace no menos estragos; y lo peor de ella es que es más disimulable, más ocultable y, por eso, pasa más desapercibida. (Télam)
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