La exposición "Cadáveres exquisitos", que puede verse hasta el 23 de agosto en ArtexArte, pone el foco en un tema tabú, la necromanía y la manipulación de los muertos, partiendo de tres casos paradigmáticos como son el derrotero de los restos de Eva Duarte, Juan Domingo Perón y el Che Guevara, para abrir la pregunta acerca de qué cuestiones subliman los poderes hegemónicos sobre esos cuerpos.
El curador Fernando Farina propone un recorrido que se abre a Latinoamérica -una fotografía de Leandro Katz toma el gesto de niños salvadoreños ante una pila de guerrilleros caídos- y se abre al mundo a partir de un libro que funciona como una pieza más, con textos que van del canibalismo y el genocidio Selkman hasta la práctica de soldados australianos de cercenar los despojos de los talibanes abatidos en Irak.
Los muertos como prueba y como trofeo, como potencia mística (amuleto capaz de contener los atributos del vivo) y como injuria del símbolo de lo que fue son algunas cuestiones que contrasta la exhibición inaugurada por la Bienal de Arte Contemporáneo de América del Sur (Bienalsur) a partir de pinturas de Nicola Costantino y Daniel Ontiveros o videos de Graciela Taquini, entre otras piezas.
"La exposición plantea un proceso, no está terminada -dice Farina a Télam-, es el inicio de una investigación que abre preguntas, y retoma derivas como la del cuerpo de Ernesto Guevara, al que soldados bolivianos le amputaron las manos después de matarlo, una suerte de reliquia que peregrinó por varios países hasta volver a Cuba, como único objeto de adoración hasta que tres décadas después hallaron el resto de su cuerpo bajo de una pista de aterrizaje en Bolivia".
La pregunta sobre qué subyace a la obsesión en torno a lo mórbido alcanza una noción eminentemente argentina: el cuerpo político colectivo del desaparecido, tomada por la recientemente fallecida Noemí Escandell en su recreación de "La piedad", de Miguel Ángel, que muestra a la Virgen con el regazo vacío, sin el hijo para hacer su duelo, y con un pañuelo blanco de Madres de Plaza de Mayo en lugar de manto.
Para Farina se trata de "una de las formas más perversas de estas prácticas de control a través de la manipulación de los cuerpos, porque conjugaba el asesinato con la sustracción de la identidad de la víctima, es decir, de aquello que define su humanidad" y, con ello, la negación de un legado, la imposibilidad de reconocer la muerte y el descanso de los vivos.
A quién pertenecen esos muertos es otra interpelación que sobrevuela la muestra y se expande en los textos que la acompañan, "sumando historias reales -subraya el curador- como el exterminio del pueblo ona, emprendido entre 1880 y 1910 en tierra fueguina por ganaderos que pagaban una libra por las orejas o manos de los indios como prueba de muerte, aunque con el tiempo el pago solo se realizaba contra entrega de un órgano vital".
Otro caso cercano es el de las Momias de Llullaillaco, los cuerpos de tres niños ofrecidos en sacrificio por los Incas que se mantuvieron intactos cinco siglos y que, hallados en 1999 en la cima del sitio arqueológico más alto del mundo, en Salta "hoy son exhibidos en freezers en el Museo Arqueológico de Alta Montaña", grafica.
En un contexto donde el movimiento feminista brega por el derecho sobre los cuerpos propios, "esta muestra es prima de otras problemáticas abordadas en la escena artística, como las prácticas neocoloniales que aplican los países que defienden las energías limpias, barriendo poblaciones enteras de los territorios que necesitan para instalar la turbinas eólicas", señala Farina.
"Michel Foucault habla de los cuerpos dóciles y sobre cómo se estructura todo para llevar a las personas al sometimiento -acota-. Es interesante que el cuerpo ni siquiera se libera una vez muerto, que de un cuerpo político se pueda llegar a la desaparición, como el recorrido que plantea Lucas Turturro en la videoinstalación de los funerales públicos, donde lo único que no muestra es el cuerpo".
Martín Weber trabajó a partir de los blindex que cubrían el féretro de Perón, rotos a martillazos por quienes profanaron la tumba para sustraer las manos de su esqueleto, aún desaparecidas.
Las marcas dejadas por los golpes del martillo funcionan como negativo de los cianotipos (impresiones) que Weber hizo sobre grandes rectángulos de tela en celeste y blanca, "en alusión al cielo diáfano y luminoso del popular 'día peronista', y como paradoja de esa violencia que encarna el cadáver", señala el artista.
La violencia, la política y el capitalismo son retomadas por Daniel Santoro en la pintura "Eva Perón concibe la República de los Niños", completando la muestra con "otro tipo de muerte -dice Farina-, la de la aniquilación de la idea".
"La Ciudad de los niños que proyectó en el barrio de Belgrano con técnicas de avanzada como las de Montessori fue destruida cuando Eva murió, contrario a lo que ella pensó: que su nombre sería borrado pero que la idea continuaría".
La muestra puede visitarse, con entrada gratuita, de martes a viernes de 13.30 a 20 y los sábados de 15 a 19, en Lavalleja 1062, Ciudad de Buenos Aires. (Télam)